Si la ven, díganle hola…

No importa con quién estemos, ni dónde, Paulina y yo siempre estaremos unidos por un vínculo más fuerte que nuestras carencias como personas: nuestras tres hijas.

Paulina, después de nueve años de matrimonio me pidió el divorcio. Fue un día muy doloroso para mí, por qué, aunque algunas parejas hablan de separación cuando tienen discusiones fuertes o diferencias vitales, Paulina y yo vimos siempre la separación como una consecuencia, nunca como una solución. Así que cuando Paulina habló conmigo del divorcio como la única vía hacia adelante en nuestras vidas, como la única forma de crecer cada uno como persona y los dos como padres, supe que no había nada más que pudiera yo hacer para enmendar nuestra relación de pareja.

Las primeras horas de esta nueva etapa en mi vida fueron cruciales, tanto por las palabras y acciones de Paulina, como por el apoyo, cariño y amor que me demostraron mis amigos, esos a quienes yo descuidé pero quienes siempre me tuvieron cerquita de su corazón. Ellos me ayudaron a escucharme, a reconocerme y apreciarme dentro de esta nueva realidad; me prestaron sus palabras y sus recuerdos de mí para ayudarme a componer un retrato más amable de mí mismo del que yo quería usar.

Esas primeras horas, y luego días, me demostraron que, ante cualquier cambio inesperado y radical en nuestra vida, no hay forma de equivocarnos si nos guiamos prestando atención a nuestros sentimientos (tanto a los buenos como a los malos). Yo no quería que mi matrimonio con Paulina terminara, tampoco quería dejar de amarla como pareja, no quería quedarme sin la oportunidad de besarla, acariciarla y platicar con ella de todo. No quería, vaya, dejar de hacer toda esa multitud de cosas que construyen una vida compartida. Pero me di cuenta también, de que yo había dejado de hacer y de sentir otra multitud de cosas pequeñas que alimentan esa vida compartida. Y eran igual de importantes que aquellas a las que no quería renunciar.

Esa fue tan sólo la primera de muchas contradicciones con las que me topé en el camino. Y con las que estoy lidiando con ayuda de mi terapeuta.

Pero reconozco, ante todo, que para mí la libertad sigue siendo lo más valioso que puede poseer un ser humano, y que nada ni nadie deben evitar que otra persona sea completa y absolutamente libre. Así que reconozco el derecho soberano de Paulina a cambiar su vida, a no quererme a su lado.

Hay una canción de Bob Dylan que lo dice todo: “If you see her say hello”. Siempre he creído que una vida bien vivida te llevará a entender con todo tu ser al menos una canción de Dylan. Yo ya llevo varias.

En “If you see her say hello”, Dylan describe el sentimiento del amante abandonado como un melancólico estado de aceptación y nostalgia. En ella el amante pide a quien lo oye que salude a su viejo amor, porque él reconoce que la respeta por haber decidido llevar a cabo el rompimiento, aunque aún le produzca escalofríos cómo fue el desenlace. También reconoce como cíclico el ir y venir del enamoramiento, normaliza la incertidumbre…

Todo lo que siento con esta separación está en esa canción, especialmente en dos versos:

“And tho our separation pierced me to the heart/ She still lives inside of me, we’ve never been apart”

“If your making love to her, kiss her for the kid/ who always has respected her for doing what she did”

Así que si ven a Paulina, la guapa madre de mis hijas, díganle hola. Es una gran mujer.

Paulina

Paulina…

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